"Somos nosotras". Era costumbre en ellas decir esto al entrar. Ya sabes que antes las puertas siempre estaban abiertas. Venían cada tarde, sin faltar, cuando acababan su jornada. "Somos nosotras", se oía, y era como el tictac del reloj, que ya no sabes si lo estás escuchando o no. Eran hermanas y hacían el trabajo juntas. Cómo me acuerdo del sonido del dedal de una de ellas sobre la mesa. Daba golpecitos todo el rato con el dedo; parecía un movimiento inconsciente. Yo me quedaba mirando atontada, esperando que el golpeteo rompiera la monotonía de aquellas tardes lentas. Se sentaban alrededor de la mesa y ya que estaban, ya que se habían sentado, mira tú, contaban alguna anécdota: todo lo que habían cosido ese día, si aquel vestido no tenía buena puntada o si habían tardado dos semanas en hacer la chaqueta de fulano, dos semanas enteras, qué barbaridad, las ganas que daban de dejarle la faena a medias.
Ya te he contado que aquel traje de pastorcito lo hicieron ellas. Qué cabeza la mía, dónde lo habré puesto. Mira que lo recuerdo ahí mismo colgado, pero hija, ya sabes, en una de estas seguro que lo he tirado sin darme cuenta.
Ay que ver lo rápido que pasa esto de la vida, hija mía. Qué habré hecho con el traje. No me habrás escuchado decir que se lo haya prestado a alguien... Quién lo iba a querer, dime tú, que olía ya a tela vieja. La de años que habrán pasado. "Somos nosotras", decían, y nunca supe si tenían otro nombre o se quitaban alguna vez el dedal.
Ilustración: Rebecca Dautremer
1 comentario:
Entrañable. Me has recordado a mi madre que fue modista y a mis tías, sus hermanas, que tuvieron un taller de punto a máquina y otro de bordado a mano.
Abrazo.
Publicar un comentario