Mira la tierra, niña, seca y baldía. La pena que siento cuando pienso en el campo labrado y amarillo de antes; parecía que brillaba todo reluciente. Aquí hay un poco de correntío. Qué moza más prieta y qué dispuesta era yo. Ya ves cómo estoy ahora, Matea, vieja, triste y pellejuda. Dale bien a ese cuello que el sudor deja cerco. Recuerdo las siegas y el dolor de espalda y las manos agrietadas, pero no nos faltaba qué llevarnos a la boca. Aunque bien sabe Dios que prefiero ese dolor a esta pena. ¡Restriega bien, hija, que no tienes fuerza en las manos! La labranza ya no da de comer, mal que nos pese. Ay, la jambre que se pasa cuando se es pobre; duelen las tripas y duele la vida. Tú, hija, tú no vales para el campo con esas piernas largas y enclenques y esas manos finas como silbidos. No sé a quién has salido; rubia, blanca y flaca como un demonio. Tengo que hacer más jabón, para otro día no nos queda. Ay, Matea, si no fuera porque te he tenido en mis entrañas diría que eres hija de mujer rica. Como la Ramira y la Victoria, tan estiradas ellas y tan remilgadas. Se llevan bien contigo y hasta te invitan a sus casas. Si te digo yo. Te pondrán bien de comer. Aunque con lo mal que comes ya pueden darte sable frito que tú ni probar bocado. Escurre esas sábanas sin retorcer mucho. Ya me gustaría a mí un buen pedazo de ese pescado, pero ná, habrá que conformarse con el poquito de bacalao que nos queda, aunque sea para darle sabor a las patatas con arroz, que luego tus hermanos vienen con la gazuza y hay que llenarles el buche. Vámonos, niña, lleva tú el balde en la cabeza que yo no estoy para trotes. Fermín es el que más come, dónde lo echará, que parece un serafín. Venir a lavar ya no es igual; antes nos juntábamos todas las del pueblo y sus buenas coplas nos cantábamos. Ahora no se escuchan los cantes. Ay, ni la rivera está en condiciones. ¡Ahí van la Amalia y la Consuelo! Vaya dos jaquetonas, estas sí que tienen buenas piernas. ¿Cómo te dicen? Ah, sí. «Matea la de las piernas flacas, la del culo frío, la que parece una cigüeña en un baldío». Ay, qué dos, la gracia que tienen. La Amalia es bien guapa, aunque un poco bruta, todo hay que decirlo. Nuestro Fermín está enamorao de ella. Qué educao es el Fermín, pero eso sí, macho como el que más. Esos dos se casan, ya verás. A la Amalia se le encienden los ojillos cuando él la mira. Ay, mi espalda. Estas calles se me hacen muy largas. Que no se te caiga el barreño. Y lo corta que se me ha hecho la vida, parece que fue ayer cuando nació el Tomás, el primero de mis cinco hijos, bueno, de mis seis hijos, que la Anselma se nos fue pero es un ángel, un angelito tan pequeño que ni se ve desde aquí. Y tú, ¡qué muchacha!, nada más que leer y leer todo el día en el doblao, que te habrás leído todos los libros que te presta Doña Manolita, la maestra. Ya estamos llegando. Y sin copla, niña, sin la luna lunera, ¿cómo era? «Por tu curpa curpita yo tengo negro negrito…», pues sí, sí que tengo negro el corazón, pero no de amor, sino de las penurias que tengo metidas en el pecho. Qué habrá sido de mi padre. Se fue y nunca más volvió. La guerra se llevó a los hombres buenos. Algún día aparecerá y nos sacará de este pueblo y nos llevará a otro lugar en el que la tierra dé de comer. Dónde estás Matea que voy hablando sola. Te habrás quedado atrás mirando alguna mosca pasar. Si es que eres como el aire; no se te ve y casi no se te siente. Flaca y para colmo despistada. Te hará falta un buen café con leche, eso sí te gusta, será lo único. En cuanto lleguemos a casa nos lo tomamos las dos que antes lo puse en el puchero. Pero dónde está esta niña. Mira las cigüeñas. Ya están llegando. Son bonitas, eh. Si no fuera por ellas, este pueblo sería un lugar muerto. ¿Has visto esa? Qué piernas más largas y qué figura. Te pareces de verdad a ella. Dónde estás, Matea. ¡Ha echado a volar! Qué alas tan grandes. Dónde estarás, niña. La cigüeña se ha marchado. Ay, Matea, se nos va a arrugar la ropa.
Ilustración: Berta
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