Un
hombre sin manos llamó a mi puerta. Vengo por lo del anuncio,
dijo mientras se quitaba la corbata con los codos y hacía con
sorprendente agilidad un nudo marinero con ella. Permanecí atenta
mientras él movía su varita mágica con el rabillo del ojo, sacaba
de mi oreja un pañuelo azul, barajaba con la nariz unos naipes,
hacía aparecer un ramo de flores al chascar la lengua, hipnotizaba
con la mirada una serpiente, al tiempo que un conejo asomaba el
hocico por debajo de su sombrero. Lo mejor fue cuando seccionó mi
cuerpo tras un sonoro abracadabra. El mago desapareció en ese
momento, dejando una cortina de humo en el rellano.
Años
después, lo vi en un programa de televisión luciendo unas preciosas
manos como las mías. Para entonces, yo ya me había acostumbrado a
estar sin ellas.
Ilustración: Raquel Díaz Reguera
1 comentario:
Genial. Me gusta también ese sombrero para tener las manos libres que te faltan.
Abrazos.
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