23/7/09

Un disparo de miedo

Hay noches que me despierto de miedo. Unas veces por miedo oscuro, ese que enreda los sueños con los sesos. Otras veces por miedo claro, blanco y contundente, ese que se lleva también por el día. Cuando eso me ocurre muevo los pies para encontrarte, y te encuentro estés o no estés, aunque sea en el espacio vacío de tu lado en la cama. Y eso me calma, me ayuda a tragar el nudo, a pestañear las lágrimas congeladas.
El miedo me pesa. Empieza a acumularse desde la infancia, en dosis no superadas que se enraizan en el cerebro, formando los caminos tortuosos de la incertidumbre, la inseguridad, el temblor, la pena, el odio, la vulnerabilidad, hasta que no se puede aguantar más y el miedo, convertido en lucha, se dispara en una explosión incontrolada de gritos y babas, de reclamo a una vida en calma.
El miedo me pesa tanto que decido que ya es hora de quitármelo de encima. Adiós, miedo.
Que caigan bombas, que apaguen las luces, que venga la soledad si quiere, que a mí ya no me cabe más nada.
Y me siento en las piedras calientes a mirarte en la noche, a tu lado, mientras caen las horas y espero, espero, y vivo a tu lado. Sin miedo.

3 comentarios:

La estatua del jardín botánico dijo...

Cuando tengo miedo, me tumbo en el sofá o en la cama, pongo las manos sobre el estómago y miro a las paredes. Intento pensar en las personas a las que quiero, deseo con fuerza que todo siga bien y cuando los nervios dejan un poco más libre mi cuerpo trato de centrar la mente en otra cosa. Creo que probaré tu método: revolveré también los pies.
Un beso.

Inma Cañete dijo...

Hola estatuita. Todos tenemos nuestro pequeño método para aplacar el miedo, pero desde luego lo que dices es la mejor opción: pensar en la gente que quieres. No hay mejor remedio.

Gracia dijo...

Qué agustioso es el miedo a veces, sobretodo ese miedo irracional que aparece cuando menos te los esperas. Me alegro de que hayas decidido plantarle cara, espero poder hacerlo yo tambien algún día.