Al despertarse siempre toca con sus pies el sitio vacío. Como cada mañana, se levanta por el lado contrario de la cama. Va al balcón a ver sus pájaros con pasos que arrastran el polvo acumulado en sus suelas. Sopla despacio el cuenco del alpiste y las cáscaras le llueven sobre el rostro. Le gusta silbar mientras calienta el sol de septiembre. Los canarios le devuelven el tono y animados, cantan desperezando una por una sus plumas. Él estira los brazos y aletea, con el empeño de sacudirse la soledad y salir volando. Pero se queda. Entonces decide abrir las jaulas, por si ellos también quieren probar. Baten por primera vez sus alas, revuelven el aire como locos y se van.
Él sonríe, extiende sus manos y toca el viento. Después, entra en la casa y comienza a canturrear aquella vieja canción.
Ilustración: Mariona Cabassa
2 comentarios:
Es tan visual que se encuentra incluso lógica la simbiosis hombre-pájaro.
Una serie es estupenda, engancha.
Besos.
Qué bonita la historia. Yo creo que ese hombre también vuela.
Besos
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