25/11/08

Desconocidos


Entonces se empezaban a mirar desde las ventanas, como si fueran desconocidos, y Roma hacía un dibujo de Marcos en un cuaderno y se quitaba el jersey. Marcos ponía más atención, porque Roma sin jersey era bastante más Roma que Roma con jersey. Y la desmedida atención de Marcos hacía que Roma tuviese cosquilleos en las manos y en la parte de arriba de las rodillas. Marcos ponía las manos en el cristal y lo empañaba, y se quitaba él también el jersey.
Y llegados a este punto, estaban ansiosos por volver a bajar a la calle y por volver a verse de cerca. Pero no podían en media hora. Eso era lo que decía el juego, que tenían que estar media hora en las ventanas. Y estaban, por lo tanto, media hora mirándose de una casa a otra.
Y cuando pasaba media hora, bajaban las escaleras a todo correr y se iban a la cama de Roma o a un restaurante italiano.

Texto: Fragmento de "Un tranvía en SP", Unai Elorriaga.

4 comentarios:

Anónimo dijo...

Bueno, es algo que se podría probar para despertar amores dormidos.
La distancia incrementa las ganas de acercamiento.
Apasionado.

Inma Cañete dijo...

No parece tan malo sentirse desconocidos de vez en cuando, ¿verdad?

La estatua del jardín botánico dijo...

Lo bueno de los desconocidos -y de serlo para alguien- es que puedes mirarlos sin tapujos, sin las cuitas que te limitan al mirar al que tanto conoces.

Gracia dijo...

Me recomendaste este libro y aún no me lo he leído. No tengo perdón.